Domènec 24 hores de llum artificial / Pilar Bonet

(Español)

Aquesta vida és un hospital on cada malalt es desficia per poder canviar de llit. Aquest voldria sofrir cara a l’estufa, i aquell creu que guariria al costat de la finestra. Sempre em sembla que m’haig de trobar bé allà on no sóc, i aquesta qüestió dels canvis de lloc és una de les que discuteixo contínuament amb la meva ànima…El petit poema en prosa de Baudelaire, titulatAny Where out of the World (A qualsevol lloc fora del món) en honor al seu mestre Edgar Allan Poe, sempre m’ha semblat molt a prop de les peces i instal·lacions hospitalàries que Domènec (Mataró, 1962) ha realitzat en els últims anys. Si les seves darreres obres exploraven els espais absents i les formes mòrbides al temps seductores i abjectes, ara el treball que presenta a l’espai de la Sala Montcada de la Fundació “la Caixa” sublima l’estàtica presència del viatge existencial, la fugida vers els països que són analogies de la Mort. Com reclama el poeta a la seva ànima en el text de la capçalera: anem més lluny encara; encara més lluny de la vida, si això és possible: instal·lem-nos al pol. Allà el sol només frega molt obliquament la terra, i les lentes alteracions de la llum i de la nit suprimeixen la varietat i augmenten la monotonia, aquella meitat del no-res…

Una meitat del no-res que l’artista corporitza en la construcció a escala natural d’una cambra del sanatori finès de Paimio, obra de l’arquitecte Alvar Aalto (1933). Un espai on reposa i guareix aquella “ànima morta” de Baudelaire, Kafka, Mann, Beckett, Artaud, Plath o de Bernhard, dels qui prenen llargs banys de tenebres, mentre, per distreure’s en l’etern viatge cap el silenci del nord, admiren les garbes roges de les aurores boreals, els reflexos dels focs artificials de l’Infern!

Una cambra amarada de gèlida llum artificial, lluny del món, un espai per a poder llegir els llibres més bells que Proust sabia escrits en llengua estrangera i on viure l’art com una iniciativa de salut a la manera de Deleuze. Un espai fora del temps que el comissari de l’exposició, Martí Peran, mira A distància –títol del cicle- i que no vol dir altra cosa que mirar el fora des del distanciament, des del dins més entranyat de la blancor neutra de les idees i les paraules: Si amb el pensament volíem atrapar el món, en realitat el llencem lluny del nostre abast. Si amb l’anhel de construir una casa volíem ser en el món, en realitat ens n’amaguem.

Als primers anys trenta l’arquitecte Aalto construí un sanatori anti tuberculós, Domènec ara caracteritza aquella primera intenció racionalista i fragilitza fins a l’extrem la distància entre l’habitabilitat –el confort racional de la modernitat- i la malaltia de l’ésser contemporani –l’exili. L’espectador ha d’entrar dins la cambra, integrar-se a la blancor de la llum artificial, tocar amb els ulls el mobiliari de la sala en la seva metamòrfica i asèptica quietud –peces orgàniques, pròpies de l’autor, que dins la cambra assumeixen l’esperit dels armaris, llits i sanitaris hospitalaris. El factor humà és l’essència de la arquitectura i aquesta esdevé així refugi, el lloc on prendre contacte amb les coses, i entre

aquestes el propi cos, “l’ànima malalta”, el jo i l’altre, en definitiva aquella meitat del no-res. Domènec en les seves obres rebaixa la temperatura natural del món real i l’extraordinària cambra d’aquesta instal·lació –24 hores de llum artificial-, com apunta Martí Peran, “potser ni tan sols ens aixopluga, només és la forma d’un forat que dóna accés a la caiguda”.

Aquesta cambra, disposada dins l’altra cambra expositiva, ella mateixa dins la cambra d’una ciutat, potser talment l’escenari on reviure el darrer moment del diàleg entre el malalt baudelerià i la seva ànima; quan aquesta exhausta de preguntes i silencis, de propostes de viatges i territoris més benignes on guarir-se i deixar de complaure’s en el seu mal, exclama desesperada i cridant: Anem…¡A qualsevol lloc! ¡A qualsevol lloc! ¡La qüestió és que sigui fora del món!

Pilar Bonet

Sala Montcada de la Fundació “la Caixa”
Barcelona (novembre 1998-gener 1999)

24h de llum artificial / David G. Torres

Lápiz, diciembre 1998

Hace ya tiempo que estamos un tanto desengañados. Desengañados de nuestro mundo, conscientes que no nos queda lugar para las utopías. En fin, llevamos algún tiempo habitando el fracaso de la modernidad. Y sin embargo esta condición que afecta tan de lleno al arte, si bien ha calado en el discurso, no lo ha hecho tanto en la actitud del artista. Me refiero a la imposibilidad de seguir pensando en la radicalidad, y en la necesidad de encontrar soluciones que no se conformen con la mediocridad cotidiana o la mezquindad de mi yo y mis circunstancias. Domènec es un artista que no piensa en los extremos sino en los cruces de esos extremos; que no ofrece una obra basada en la seducción (atrapando al vuelo los discursos a la moda) sino que en su pensamiento artístico por esquivo y complejo podríamos hablar de una mecánica seductora. Y una vez más, que nadie se equivoque, que parta de la complejidad no significa que sea difícil, sino que su obra puede resultar todo lo contrario. A fin y al cabo, su propuesta principal en esta exposición es muy sencilla: la reproducción de una habitación del hospital antituberculosis de Alvar Aalto en Paimio (Finlandia).

Aunque no se trata exactamente de la reproducción de la habitación diseñada por Aalto. Más bien es la reproducción de la habitación «ideal» de Aalto. En palabras del arquitecto: «una habitación con gran cantidad de luz, con equilibrio de sus características acústicas y con un uso del color que garantice un ambiente general tranquilo». Aalto pensaba en una arquitectura que desarrollase el funcionalismo hacia una dimensión humana, casi íntima. Sin embargo, cuando Domènec convierte su habitación en un verdadero lugar ocupado por la luz multiplicada por fluorescentes («24 horas de luz artificial» es el título de la exposición), totalmente blanco, con todos los objetos hechos en superficies suaves de madera y una fina capa de yeso, sin esquinas; no estamos muy seguros de encontrarnos en «casa». Catherine Millet en una conferencia comentaba que no creía que el fin de la modernidad coincidiese con su fracaso, sino tal vez con su éxito, cumplimiento decía ella. En la medida en la que el arte había ocupado la ciudad en espacios públicos e inimaginados hasta la fecha y en la medida que la imagen que los artistas modernos habían creado ocupa nuestras vidas en la televisión, las tiendas, el diseño etc. Su conclusión venía a ser que vivíamos en el paraíso prometido por los artistas modernos, y sin embargo si echamos una ojeada a nuestro alrededor nos damos cuenta de que tal paraíso se parece demasiado al infierno. La habitación de Domènec, la habitación de Aalto, tampoco es demasiado cómoda.

El trabajo de Domènec plantea una incomodidad física: esa habitación, el colmo de la medida humana, es casi cruel en su calidez, en la luz sofocante que oculta los contornos. Y plantea una incomodidad intelectual porque ya no trabaja en los extremos, no busca un contra-argumento frente a la modernidad, no quiere subvertirla, no desvela sus errores, sino que la subraya, la sigue al pie de la letra y entonces muestra que no funciona. ¡Qué no funciona!, ¿qué es lo que no funciona? No será que la habitación de Aalto en Paimio es una excusa, un punto de partida y no el núcleo de la reflexión. Y si ni tan sólo se trata de reflexión sino de la presentación directa de un conflicto irresoluble con los objetos, con nuestros objetos, con nuestras casas y vidas. Porque los objetos, habitaciones y casas de Domènec funcionan perfectamente en cuanto tales. Nos atraen y nos rechazan, hechos de madera y yeso son cálidos y fríos al tiempo. Naturales y artificiales delatan nuestra incapacidad para sostenerlos, en un paraíso que se parece demasiado al infierno. Frente a esa habitación tan segura de si misma que nos expulsa, Domènec tan sólo presenta un díptico fotográfico: «Blanco como la leche». Un agujero, una caverna, una mísera casa hecha en plastelina, que se desmorona, que es precaria. Entre contradicciones la obra de Domènec está hecha de objetos híbridos.

Esta idea, esta palabra, «híbrido», es central en el trabajo de Domènec. Cuando al principio escribía que su pensamiento artístico se sitúa en un cruce de extremos, en realidad me refería a una condición híbrida. Pero no es que esa palabra sea imprescindible para explicar la obra (que a diferentes niveles se explica por si sola) sino que muestra una adecuación extraña de encontrar entre el aspecto puramente formal de la obra, su recepción y sus argumentos conceptuales. Al final no nos importa si vivimos el fin de la modernidad o no, sino que entre el desengaño y la mediocridad encontramos retratadas nuestras limitaciones en objetos híbridos hechos de un pensamiento híbrido. Y lo más importante es el control que sobre ello tiene Domènec al medir con precisión lo expuesto en la sala de la calle Mocada, solamente dos obras.

David G. Torres
Barcelona, diciembre 1998
www.davidgtorres.net

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