Ici Même

Benifallet, 2000
Comisariado por Betty Bui y Gilles Coudert

Antigua estación de tren de Benifallet (Tarragona) en el contexto del proyecto Segona Estació.

La estación de tren de Benifallet (Tarragona); alejada del pueblo, en la otra orilla del río, de muy difícil acceso, es hoy un lugar extraño, escombros del progreso, un territorio indefinido. Los árboles crecen sobre las vías, nadie espera el tren. Construir aquí una marquesina de autobús, otra «estación», una pequeña construcción, la mínima expresión de una casa, un lugar para refugiarse del sol o la lluvia, un lugar donde sentarse y esperar. El espacio destinado habitualmente a la publicidad queda vacío, sólo una pantalla de luz; de noche ilumina el bosque.

Un lugar

Un lugar, 1999

Un lugar (1999), instalación que simula una posible habitación individual: una cama, una silla, una estantería y un «mueble-maqueta» de gran tamaño que recrea el edificio de viviendas «Unité d’habitation» realizado por Le Corbusier en Marsella en los años cuarenta, paradigma del intento de crear una nueva forma de habitar, tanto individual como colectivamente.

* La pieza pertenece a la Colección de Josep M. Civit.

24 horas de luz artificial

Barcelona, 1998

Una producción de Fundació “La Caixa” para la Sala Montcada, dentro del ciclo “a distancia” comisariado por Martí Peran

La instalación 24 horas de luz artificial (1998) recrea a escala real una habitación del hospital Antituberculoso de Paimio en Finlandia —realizado por Alvar Aalto a principios de los años treinta, considerado modélico por su relación abierta con los elementos naturales—, que se transforma en una gran maqueta de madera, sin ventanas, donde las camas y los útiles sanitarios se convierten en esculturas monocromas ajenas a su función original; objetos inútiles, iluminados en exceso por la presencia cegadora de la luz artificial.

La pieza ha sido instalada en diferentes lugares: en la Sala Montcada de Barcelona (1998), en la capilla de el Roser de Lleida (2000), en el interior del Hospital de Mataró (2001) y en Fabra i Coats Centro de Arte Contemporáneo de Barcelona (2015).

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Blanco como la leche

Fotografía
Díptico 50 x 140 cm.
Edición de 3
1998

El rostre aliè

Montesquiu, Barcelona, 1994

Arquitectura de madera instalada en medio del bosque del parque natural del Castillo de Montesquiu.

El título del proyecto fue sacado del título de la novela del escriptor japonés Kobo Abe.

24h de llum artificial. David G. Torres

Hace ya tiempo que estamos un tanto desengañados. Desengañados de nuestro mundo, conscientes que no nos queda lugar para las utopías. En fin, llevamos algún tiempo habitando el fracaso de la modernidad. Y sin embargo esta condición que afecta tan de lleno al arte, si bien ha calado en el discurso, no lo ha hecho tanto en la actitud del artista. Me refiero a la imposibilidad de seguir pensando en la radicalidad, y en la necesidad de encontrar soluciones que no se conformen con la mediocridad cotidiana o la mezquindad de mi yo y mis circunstancias. Domènec es un artista que no piensa en los extremos sino en los cruces de esos extremos; que no ofrece una obra basada en la seducción (atrapando al vuelo los discursos a la moda) sino que en su pensamiento artístico por esquivo y complejo podríamos hablar de una mecánica seductora. Y una vez más, que nadie se equivoque, que parta de la complejidad no significa que sea difícil, sino que su obra puede resultar todo lo contrario. A fin y al cabo, su propuesta principal en esta exposición es muy sencilla: la reproducción de una habitación del hospital antituberculosis de Alvar Aalto en Paimio (Finlandia).

Aunque no se trata exactamente de la reproducción de la habitación diseñada por Aalto. Más bien es la reproducción de la habitación «ideal» de Aalto. En palabras del arquitecto: «una habitación con gran cantidad de luz, con equilibrio de sus características acústicas y con un uso del color que garantice un ambiente general tranquilo». Aalto pensaba en una arquitectura que desarrollase el funcionalismo hacia una dimensión humana, casi íntima. Sin embargo, cuando Domènec convierte su habitación en un verdadero lugar ocupado por la luz multiplicada por fluorescentes («24 horas de luz artificial» es el título de la exposición), totalmente blanco, con todos los objetos hechos en superficies suaves de madera y una fina capa de yeso, sin esquinas; no estamos muy seguros de encontrarnos en «casa». Catherine Millet en una conferencia comentaba que no creía que el fin de la modernidad coincidiese con su fracaso, sino tal vez con su éxito, cumplimiento decía ella. En la medida en la que el arte había ocupado la ciudad en espacios públicos e inimaginados hasta la fecha y en la medida que la imagen que los artistas modernos habían creado ocupa nuestras vidas en la televisión, las tiendas, el diseño etc. Su conclusión venía a ser que vivíamos en el paraíso prometido por los artistas modernos, y sin embargo si echamos una ojeada a nuestro alrededor nos damos cuenta de que tal paraíso se parece demasiado al infierno. La habitación de Domènec, la habitación de Aalto, tampoco es demasiado cómoda.

El trabajo de Domènec plantea una incomodidad física: esa habitación, el colmo de la medida humana, es casi cruel en su calidez, en la luz sofocante que oculta los contornos. Y plantea una incomodidad intelectual porque ya no trabaja en los extremos, no busca un contra-argumento frente a la modernidad, no quiere subvertirla, no desvela sus errores, sino que la subraya, la sigue al pie de la letra y entonces muestra que no funciona. ¡Qué no funciona!, ¿qué es lo que no funciona? No será que la habitación de Aalto en Paimio es una excusa, un punto de partida y no el núcleo de la reflexión. Y si ni tan sólo se trata de reflexión sino de la presentación directa de un conflicto irresoluble con los objetos, con nuestros objetos, con nuestras casas y vidas. Porque los objetos, habitaciones y casas de Domènec funcionan perfectamente en cuanto tales. Nos atraen y nos rechazan, hechos de madera y yeso son cálidos y fríos al tiempo. Naturales y artificiales delatan nuestra incapacidad para sostenerlos, en un paraíso que se parece demasiado al infierno. Frente a esa habitación tan segura de si misma que nos expulsa, Domènec tan sólo presenta un díptico fotográfico: «Blanco como la leche». Un agujero, una caverna, una mísera casa hecha en plastelina, que se desmorona, que es precaria. Entre contradicciones la obra de Domènec está hecha de objetos híbridos.

Esta idea, esta palabra, «híbrido», es central en el trabajo de Domènec. Cuando al principio escribía que su pensamiento artístico se sitúa en un cruce de extremos, en realidad me refería a una condición híbrida. Pero no es que esa palabra sea imprescindible para explicar la obra (que a diferentes niveles se explica por si sola) sino que muestra una adecuación extraña de encontrar entre el aspecto puramente formal de la obra, su recepción y sus argumentos conceptuales. Al final no nos importa si vivimos el fin de la modernidad o no, sino que entre el desengaño y la mediocridad encontramos retratadas nuestras limitaciones en objetos híbridos hechos de un pensamiento híbrido. Y lo más importante es el control que sobre ello tiene Domènec al medir con precisión lo expuesto en la sala de la calle Mocada, solamente dos obras.

David G. Torres
Barcelona, diciembre 1998
www.davidgtorres.net

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